25 May 2015

Sustitución de obediencia en la expiación realizada por Jesús


Es bien conocido que las distintas confesiones cristianas entienden de manera distinta la forma en que la expiación de los pecados realizada por Jesucristo es aplicada a los creyentes, tanto respecto a cómo los creyentes acceden al fruto de esta expiación, la justificación, como respecto a en qué consiste la justificación de esos creyentes. El tratamiento de estos temas, así como las polémicas sobre ellos entre fieles de distintas confesiones, es frecuente.

En contraste, el tema de en qué consistió la expiación de los pecados realizada por Jesucristo es tratado mucho menos frecuentemente, a pesar de que es entendido de manera distinta no solamente por las distintas denominaciones cristianas, sino incluso por distintos fieles de una misma denominación. En el caso particular de los católicos, esta diversidad de entendimiento puede ocurrir porque la doctrina oficial de la Iglesia Católica sobre este tema particular es muy escueta, y consiste solamente en la definición, por el Concilio de Trento, de que Jesús "nos mereció con su santísima pasión en el árbol de la cruz la justificación, y satisfizo por nosotros a Dios Padre."

El punto es: ¿en qué consistió ese "satisfacer por nosotros" a Dios Padre? En principio hay dos respuestas posibles:

A. Sustitución de obediencia:
La obediencia de Jesús sustituyó la que debíamos haber prestado (y no habíamos prestado): reparación de la raíz del mal.

B. Sustitución de pena o sustitución penal:
Los padecimientos de Jesús sustituyeron los que debíamos sufrir por no haber obedecido (y no sufriremos): reparación de la consecuencia del mal.

Discernir entre estas posiciones no es fácil porque ambas cuentan con pasajes bíblicos que las apoyan o parecen apoyarlas. Así, en apoyo de la posición A podemos citar:

"En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos." (Rom 5:19)

Mientras que en apoyo de la posición B podemos citar:

"por sus llagas hemos sido curados." (Is 53:5, citado por 1 Pe 2:24)

Estudiando primero la posición A, ¿cómo se interpretan en ella los pasajes que afirman, o parecen afirmar, que somos justificados por el sufrimiento de Jesús? Para responder esta pregunta es necesario entender en qué consistió la obediencia de Jesús al Padre, o sea qué fue lo que el Padre ordenó a Jesús que hiciera. Simplemente, el mandato del Padre a Jesús fue que permitiese que la dirigencia religiosa judía, y luego las autoridades romanas a instancias de ella, lo apresaran, golpearan, flagelaran, coronaran de espinas y crucificaran, eventos que, dada la actitud hacia Jesús por parte de la dirigencia religiosa judía, eran inevitables si Jesús no usaba su poder divino para defenderse. Este mandato iba más allá del cumplimiento de los 10 mandamientos y de la Ley de Moisés a los que Jesús, como hombre y como israelita, estaba obligado. Porque de acuerdo a los 10 mandamientos y a la Ley de Moisés, Jesús tenía el derecho de defenderse de quienes injustamente pretendían atentar contra su integridad física, y tenía obviamente el poder para hacerlo. El mandato del Padre a Jesús fue justamente que no hiciera uso de su derecho y poder de defenderse, que permitiese que lo maltrataran y mataran. Esto lo dice Jesús explícitamente:

"«Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre.»" (Jn 10:17-18)

La orden del Padre a Jesús es que dé voluntariamente su vida, o sea que permita voluntariamente que lo maten, que no haga uso de su derecho y poder para evitarlo.

Es claro que, en las circunstancias en que Jesús ejercía su ministerio, obedecer a la orden del Padre tenía como consecuencia necesaria su sufrimiento y su muerte. La obediencia de Jesús a la orden del Padre era necesariamente una obediencia "hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2:8). Pero en la posición A, lo que quiso el Padre, lo que agradó infinitamente al Padre, lo que satisfizo al Padre por nuestros pecados, es la obediencia de Jesús hasta el sufrimiento, derramamiento de sangre y muerte, no su sufrimiento, derramamiento de sangre y muerte en sí mismos. En la posición A, los pasajes de la Biblia que parecen afirmar que somos justificados por el sufrimiento de Jesús, se refieren al sufrimiento de Jesús como consecuencia necesaria de su obediencia. El precio de nuestra justificación fue la obediencia de Jesús al Padre, y el precio de esta obediencia fue su sufrimiento, derramamiento de sangre y muerte.

Resumiendo, tanto la obediencia como el sufrimiento tienen un rol importante en ambas posiciones. La clave es cuál de ellos tiene el rol primario. Así:

En la posición A, lo que satisfizo a Dios Padre fue la obediencia de Jesús, y su sufrimiento, derramamiento de sangre y muerte fueron una consecuencia necesaria de su obediencia que hizo que ésta fuese heroica.

En la posición B, lo que satisfizo a Dios Padre fue el sufrimiento, derramamiento de sangre y muerte de Jesús, y su obediencia fue un requisito necesario para que su sufrimiento, derramamiento de sangre y muerte fuesen aceptables a Dios.

¿Por qué es importante discernir entre ambas posiciones? Porque si lo que satisfizo a Dios fue la obediencia por amor, o el amor obediente, de Jesús, entonces Dios es Amor como dice San Juan en su primera carta, mientras que si lo que satisfizo a Dios fue el sufrimiento, derramamiento de sangre y muerte de Jesús en sí mismos, entonces Dios es como una divinidad azteca sedienta de sangre, excepto que es único y todopoderoso.


Hasta aquí he mostrado solamente que la posición A es plausible, pero no que su fundamento bíblico es decididamente superior al de la posición B. Para ello, partiendo de la noción de la muerte de Jesús como sacrificio a Dios en expiación por nuestros pecados, y de que este sacrificio fue prefigurado por los sacrificios del Antiguo Testamento, estudiaré qué era lo que agradaba a Dios en éstos.

La noción de la muerte de Jesús como sacrificio a Dios en expiación por nuestros pecados es mencionada en primer lugar en el cuarto poema del Siervo de Yahveh en Isaías cap. 53:

"Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano." (Is 53:10)

La figura del sacrificio de expiación de Levítico cap. 16 es usada por San Pablo en relación a los dos machos cabríos ofrecidos en dicho sacrificio. En primer lugar, el macho cabrío que era degollado y con cuya sangre se aspergía el propiciatorio que estaba sobre el arca de la alianza (Lev 16:15-16):

"en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre," (Rom 3:24-25)

En segundo lugar, el macho cabrío sobre el cual se echaban "todas las culpas, todas las iniquidades de los hijos de Israel" y que era mandado al desierto (Lev 16:21-22):

"A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él." (2 Cor 5:21)

San Juan, por su parte, usa repetidamente la figura del cordero pascual inmolado a la tarde del 14 de Nisán (Abib en el Pentateuco) y con cuya sangre los israelitas untaron los postes y el dintel de sus casas en Egipto (Ex 12:3-13). De hecho, a diferencia de los sinópticos, que ubican la crucifixión de Jesús en el día de Pascua, 15 de Nisán, Juan la ubica en la Víspera (Parasceve) de la Pascua (Jn 18:28, 19:14), o sea el 14 de Nisán, de modo que la muerte de Jesús ocurrió en el mismo momento en que los corderos pascuales eran inmolados en el Templo. Notablemente, la datación de Juan es respaldada por los cálculos contemporáneos de las fases de la luna en esos años, según los cuales el 14 de Nisán fue viernes los años 30 y 33, mientras que el 15 de Nisán no fue viernes en ningún posible año de la Pascua de Jesús.

La figura del cordero inmolado es usada también por San Pedro en su carta:

"habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo," (1 Pe 1:18-19)

Finalmente, la Carta a los Hebreos en sus primeros 10 capítulos desarrolla extensamente la noción del sacrificio de Jesús, en el cual Él es al mismo tiempo sacerdote y víctima.  Cito solamente un pasaje:

"¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!" (Heb 9:14)

Todos estos pasajes parecen afirmar que lo que agradó a Dios Padre fue el sufrimiento, la sangre y la muerte de Cristo.  Hebreos incluso afirma en otro pasaje que Dios "perfeccionó" a Cristo (obviamente como hombre) mediante los sufrimientos:

"Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante los sufrimientos al que iba a guiarlos a la salvación." (Heb 2:10)

Ahora bien, ¿lo que perfeccionó a Cristo fueron los sufrimientos en sí mismos, o en tanto estaban asociados a algo más importante? Otro pasaje responde esto:

"y aun siendo Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen," (Heb 5:8)

O sea que lo que perfeccionó a Cristo (como hombre) fue su obediencia al Padre, obediencia en grado heroico por estar unida al sufrimiento, y no el sufrimiento en sí mismo. Volviendo a la cuestión de qué fue lo que agradó al Padre en el sacrificio de Cristo, examinemos qué era lo que agradaba a Dios en los sacrificios del Antiguo Testamento, dado que estos sacrificios prefiguraban el de Jesús. La respuesta está muy clara en dos pasajes:

"Pero Samuel dijo: «¿Se complace Yahveh en holocaustos y sacrificios tanto como en obedecer la voz de Yahveh? Mirad, obedecer es mejor que sacrificar, escuchar es mejor que la grasa de los carneros.»" (1 Sam 15:22)

"Porque Yo me complazco en amor fiel (*) antes que sacrificio, en el conocimiento de Dios antes que holocaustos." (Os 6:6)

(*) “amor fiel” es la traducción de “chesed” o “hesed”, que significa amor asociado tanto con fidelidad como con compasión o misericordia. El cual fue vivido perfectamente por Jesús en sus dos dimensiones: amor obediente y fiel a Dios Padre, y en ese amor, amor compasivo y misericordioso a nosotros.

Obviamente no hay contradicción entre que Dios se complazca en la obediencia a su voz y que se complazca en el amor fiel, porque nuestro amor a Dios debe necesariamente ser un amor obediente, y por otra parte nuestra obediencia a Dios es perfecta cuando no es por miedo al castigo sino por amor a El, a partir del conocimiento de que El es infinitamente poderoso, sabio y bueno, tal que, porque es infinitamente bueno quiere el mayor bien para nosotros, porque es infinitamente sabio sabe perfectamente qué conviene que hagamos nosotros para alcanzar nuestro mayor bien, y porque es infinitamente poderoso puede hacer El lo que sea necesario para que alcancemos nuestro mayor bien. La perfecta obediencia a Dios se basa en el amor a El, y el amor a Dios se basa en el conocimiento de El. Lo cual nos recuerda otro pasaje del cuarto canto del Servidor: "Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará." (Is 53:11)

Por lo tanto, lo que agradaba a Dios en los sacrificios del Antiguo Testamento no era el sufrimiento, la sangre, y la muerte de la víctima en sí mismos, sino la obediencia por amor, o el amor obediente, de quien ofrecía el sacrificio, lo cual es particularmente evidente en el episodio en que Abraham obedece el mandato divino de ofrecerle a Isaac en sacrificio. El Dios verdadero no es una divinidad azteca sedienta de sangre, sino que es Amor como enseña San Juan en su primera carta, y quiere una respuesta de amor, amor necesariamente obediente, de parte de sus creaturas. Queda así claro qué fue lo que agradó a Dios Padre en el sacrificio de Cristo: no su sufrimiento, derramamiento de sangre y muerte en sí mismos, sino su amor obediente, o su obediencia por amor, "hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2:8).

A mi juicio esta posición está de acuerdo con lo que dice el Catecismo en los puntos 603, 609, 614, 615 y 616, del último de los cuales cito: "El «amor hasta el extremo» (Jn 13:1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo."

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Addendum de 2015 09 19

La posición A, sustitución de obediencia, está en línea con la de dos doctores de la Iglesia del siglo XIII: S. Tomás de Aquino y S. Buenaventura de Bagnoregio, máximos exponentes de las dos grandes escuelas teológicas dentro del catolicismo, la dominicana y la franciscana respectivamente. Cito de:

Rik van Niewenhove "Late Mediaeval Anotement Theologies", ch. 16 in Francesca Aran Murphy ed. 2015 "The Oxford Handbook of Christology", pp. 250-264.
https://books.google.com/books?id=YssRCgAAQBAJ

Para S. Buenaventura (p. 253):

the source of merit of Christ's atoning work is not suffering itself but his love and obedience which find expression in that suffering (III Sent. d. 18, a. 1, q. 3).

la fuente del mérito del trabajo expiatorio de Cristo no es el sufrimiento en sí mismo sino su amor y obediencia que hallan expresión en ese sufrimiento (III Sent. d. 18, a. 1, q. 3).

Para S. Tomás (p. 255):

the sufferings of Christ are not the primary source of our salvation, but rather what they denote ('invisibly'), namely his love and obedience to the Father (ST III, q. 47, a. 2; ST III, q. 47, a. 4, ad 2).

los sufrimientos de Cristo no son la fuente primaria de nuestra salvación, sino lo que ellos denotan ('invisiblemente'), esto es su amor y obediencia al Padre (ST III, q. 47, a. 2; ST III, q. 47, a. 4, ad 2).

(Reestructuré la cita a ST III en el libro porque todo el art. 2 de la q. 47 es relevante, y no solamente la respuesta a la objeción 3.)

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Summary in English

Since Old Testament sacrifices were prefigurations of Jesus’ sacrifice, it is useful to consider what in them pleased God. Was it the suffering, blood and death of the victim in themselves? Or was the obedience and love of the offerer? In other words, was YHWH acting like an Aztec blood-thirsty god, or was He acting as Love as the Apostle John defines Him in his 1st letter?

The answer is in these two passages, which are essential for understanding what pleased God in OT sacrifices, and therefore in Jesus’:

"And Samuel said, «Has the Lord as great delight in burnt offerings and sacrifices, as in obeying the voice of the Lord? Behold, to obey is better than sacrifice, and to listen than the fat of rams.»" (1 Sam 15:22)

"For I delight in steadfast love (*) rather than sacrifice, and in the knowledge of God rather than burnt offerings." (Hos 6:6)

(*) “steadfast love” is the translation of “chesed” or “hesed”, which means love associated with both loyalty and kindness. Which was lived perfectly by Jesus in its two dimensions: loyal love to the Father, and in that love, kind, merciful love to us.

So what pleased God was obedience and love, not the suffering and death of the victim “per se”. Which should make clear what the central component in Jesus’ sacrifice was, what was in it that pleased the Father infinitely and atoned for our faults: not his suffering, pouring of blood and death “per se”, but his obedient love to the Father “to the point of death, even death on a cross.” (Phil 2:8)